El año

Inicié esta noche última con la temperatura que nadie conoce. Voy dando estos finales llorando con el Exilio de una que se entrega al amor, tal cual yo lo hago a inseguros medioentregados. No diré la despedida por la lágrima de quién se llora en la felicidad solo para darse el placer de sentir.

Pasé meses lamentando la ausencia sin excusa
porque no podía con mi compañía.
Estuve probando palabras que venían de bocas vacías
hasta saciar la banalidad del hueco que crece en mí.
Pasé un año en la ambigüedad de la indecisión y en un cajón sin salida.

Me reconocí con la corteza de un cítrico añejado por el olvido
desde lo blando interno supe que me había perdido en vaivenes idealizados.
Fueron meses de odiar este contenedor que habito diario.
Llegaron momentos de golpear cada parte que no cumple el estándar y odiar al espejo por mostrar una verdad que mi cabeza altera.
Pasaron semanas de perderme en un automático que ya no recupero ni manejo.

¡Ah! Le digo a los recuerdos que no proyecten la compañía del veneno
que todo lo contaminado en cinco años lo tuve que succionar en uno
solo para sobrevivir a un reconocimiento propio
que me llevó hasta la cumbre suicida del alma dolida.

Anochecí en los sollozos de propósitos inconclusos
para un desvelo vital y una aceptación de errores
en cantidades monumentales
porque soy esto que falla y cae
y en el proceso de recuperación vuelve a errar y sabotearse.

Sé,
más allá de mi prepotencia,
que todavía no cumplo con mi utilidad en esta vida
y que cada fecha de caducidad que me prescribo es falsa
solo porque el miedo me hace el amor mejor que la osadía
por la que ruego tal cual fuego que destruye.
Ahora sé que debo abrazar la realidad que me invita a tocarme
antes de buscar otras manos que ansían otro cuerpo y sacian el momento.

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